El 13 de mayo de 2025, un mensaje de voz compartido por redes sociales desató una fuerte ola de indignación: la senadora Paloma Valencia, una de las voces más visibles del Centro Democrático, exigía la renuncia inmediata de un ministro del Gobierno Nacional. Pero lo que en principio podría interpretarse como un acto de control político se transforma en una expresión cruda de doble moral si se observa lo que ocurrió ese mismo día en el Congreso de la República: la reaparición de su copartidario Ciro Ramírez Rodríguez, quien aún enfrenta un proceso penal por corrupción ante la Corte Suprema de Justicia.
La pregunta es inevitable: ¿con qué autoridad ética una senadora pide renuncias ajenas mientras guarda silencio ante la gravedad de los señalamientos que pesan sobre un compañero de bancada?
El caso de Ciro Ramírez: lo que no quieren que se diga
Ciro Ramírez, congresista del Centro Democrático, fue capturado y enviado a prisión preventiva en el marco del escándalo conocido como el caso de las marionetas, una red de corrupción que, presuntamente, se benefició del direccionamiento indebido de contratos públicos a cambio de coimas y favores políticos. Ramírez estuvo un año privado de la libertad, no por una condena, sino como parte de una medida preventiva ante la gravedad de los cargos y el riesgo de obstrucción a la justicia.
Recientemente recuperó su libertad, pero no porque haya sido declarado inocente. Lo que ocurrió fue que se venció el término del período probatorio, lo que le permitió salir de prisión. El juicio por corrupción sigue en curso. Aún no hay fallo, ni absolución, ni cierre del proceso. Y sin embargo, Ramírez regresó al Congreso como si nada. Incluso se ha dado el lujo de hablar como si fuera un referente moral, cuando su situación judicial está lejos de estar resuelta.
Paloma Valencia: silencio ante los propios, exigencia ante los otros
Y es aquí donde el discurso de Paloma Valencia cae en su propia trampa. Mientras exige con vehemencia la renuncia de un ministro del Gobierno, se mantiene en silencio absoluto ante la presencia de un congresista de su mismo partido investigado por corrupción. No ha hecho una sola declaración exigiendo la renuncia de Ciro Ramírez. No ha pedido que se aparte del Congreso mientras termina el proceso. No ha condenado públicamente su conducta ni ha planteado dudas sobre su idoneidad para ejercer un cargo de representación popular.
¿Por qué tanta severidad para unos y tanta indulgencia para otros? La respuesta parece evidente: porque la moralidad que invoca Paloma es selectiva, acomodada y políticamente interesada.
La doble moral como estrategia
Este tipo de discursos no son nuevos. En Colombia, la política tradicional ha hecho carrera con narrativas que se activan y desactivan según convenga. Pero cuando estas narrativas provienen de sectores que se autoproclaman guardianes de la legalidad y la ética, el daño es mucho mayor. La doble moral no solo erosiona la credibilidad del Congreso, sino que alimenta el cinismo ciudadano, el descrédito institucional y la desconfianza generalizada.
Mientras Paloma pide renuncias por razones políticas, calla ante los escándalos judiciales de su propia bancada. Mientras ataca a quienes no piensan como ella, protege —con su silencio— a quienes podrían estar involucrados en delitos contra los recursos públicos. Y mientras se presenta como una defensora de la transparencia, hace la vista gorda ante los actos de corrupción que se incuban dentro del Centro Democrático.
Exigir coherencia no es atacar, es defender la democracia
Ya vieron como recibieron al delincuente de cuello blanco de derecha Ciro Ramírez en el congreso de la república, no se sabe que da más vergüenza en este país si la justicia o la política, ah y si alguien conoce a este valiente ciudadano me lo saludan con un fuerte abrazo. pic.twitter.com/GTJ5hB8wLw
— Mamertos 2.0🐦 (@Mamertos0) May 13, 2025
El caso de Ciro Ramírez no puede pasar como si nada. El Congreso de la República no puede ser refugio de quienes están procesados por corrupción, ni puede seguir siendo una institución que se convierte en escudo político frente a la justicia. La senadora Valencia, si realmente cree en los principios que dice defender, debería ser la primera en pedirle la renuncia a su compañero de partido mientras avanza su proceso penal.
No se trata de una persecución política. Se trata de exigir coherencia ética. Se trata de evitar que la política se convierta en un campo de impunidad camuflada. Se trata de proteger lo poco que queda de credibilidad en las instituciones. Y sobre todo, se trata de no insultar la inteligencia del pueblo colombiano, que ya está cansado de ver cómo los discursos bonitos se desmoronan frente a la realidad de los privilegios.
Paloma Valencia debe elegir: o defiende los principios con coherencia, o quedará marcada como una figura más del cinismo político que tanto daño le ha hecho al país.
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