David Alejandro Toro Ramírez no es el típico político de escritorio. Es un hombre que camina, escucha y actúa. Nació en Medellín en 1977 y desde muy joven entendió que el verdadero cambio se construye desde abajo, con los pies en el territorio y el corazón al lado de las comunidades. Hoy, como representante a la Cámara por Antioquia del Pacto Histórico, es uno de los liderazgos más comprometidos, serios y coherentes que tenemos en el Congreso de la República.
Pero Toro no empezó en política por vanidad ni por cálculos. Su historia está profundamente ligada al trabajo social. Dirigió durante casi 20 años la Fundación Avanza Colombia (hoy Avanti Centro de Formación), donde impulsó procesos con comunidades vulnerables, en especial con víctimas del conflicto armado. Su paso como terapeuta, educador y periodista lo formó con una sensibilidad única: la de alguien que no solo diagnostica los problemas del país, sino que los ha vivido, acompañado y enfrentado con las herramientas del compromiso.
Llegó al Congreso en 2022 encabezando la lista del Pacto Histórico en Antioquia, una hazaña que habla de la confianza que depositaron en él los sectores populares, los jóvenes, los líderes sociales, las víctimas y todos aquellos que ven en la política una vía para transformar la realidad, no para perpetuar privilegios. Desde entonces hace parte de la Comisión Segunda de Relaciones Internacionales y este 2024 fue elegido presidente de dicha comisión. Un reconocimiento que no llega por casualidad, sino por su talante dialogante, su capacidad de articulación y su liderazgo sereno pero firme.
En el plano legislativo, Alejandro Toro ha sido protagonista de transformaciones concretas. Fue el ponente principal del proyecto que restableció el transporte de carga y pasajeros entre Colombia y Venezuela, logrando un consenso histórico para impulsar la integración y el comercio entre ambos países. También ha radicado proyectos que apuntan directamente al corazón del cambio social: mayor capacidad jurídica para la Unidad de Restitución de Tierras, modernización en los servicios públicos, y eliminación de barreras financieras que impiden el desarrollo regional. Es decir, Toro no legisla por figurar, legisla para resolver.
Pero no se queda en los escritorios. Cuando la avalancha azotó Murindó (Antioquia), fue el primero en llegar al territorio, en alzar la voz, en exigir soluciones y recursos reales para las comunidades. Y frente a la crisis humanitaria del Tapón del Darién, no se quedó con el lamento: propuso una solución audaz y humana, pensando en los migrantes que cruzan la selva jugándose la vida. Esa es su esencia: reaccionar con propuestas y con presencia.
Muchos líderes sociales en Antioquia y en el país lo reconocen como un referente por su cercanía con la gente, su visión estructural de los problemas, su respeto por la diversidad y su espíritu integrador. Y no lo dicen por adulación, sino por experiencia. Alejandro es de los que escucha y vuelve. De los que no promete en campaña y se olvida. De los que devuelve con hechos la confianza que la gente le ha dado.
Es por eso que hoy, cada vez más voces se levantan para decir: Alejandro Toro merece estar en el Senado. Porque ha demostrado capacidad, coherencia, humanidad y resultados. Porque su paso por la Cámara deja una huella visible y una lección: se puede hacer política con dignidad, con conocimiento y con los pies en la tierra.
En tiempos donde la política está tan desprestigiada, liderazgos como el de Toro nos devuelven la esperanza. Y no es un político perfecto, porque nadie lo es. Pero sí es un político verdadero, transparente, comprometido. Uno de esos que no llegan a servirse, sino a servir.
Alejandro Toro es, sin duda, una voz del cambio que necesitamos seguir escuchando. Y ojalá desde el Senado, con más fuerza, con más alcance y con el mismo corazón.
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