En cada ciclo electoral, la historia se repite: políticos señalados por corrupción, enriquecimiento ilícito, clientelismo, compra de votos y pactos oscuros con mafias, vuelven a ganar con holgura las elecciones. Algunos incluso se reeligen, colocan a sus herederos en el poder o mutan de partido como camaleones para seguir beneficiándose del sistema. Y entonces surge la pregunta que desvela a tantos ciudadanos: ¿por qué si ya sabemos quiénes son, la gente los sigue eligiendo?
Este fenómeno no es exclusivo de Colombia, pero en nuestro país adopta características únicas por la historia de violencia, desigualdad, impunidad y una democracia capturada por intereses privados. Aquí, más que una anomalía, el éxito electoral de los corruptos es síntoma de un sistema político enfermo, sostenido por prácticas normalizadas que alimentan el círculo vicioso del poder.
1. La corrupción como forma de gobierno
En muchos territorios, la corrupción no es solo un problema: es el modo como funciona el Estado. Políticos corruptos no llegan a las instituciones, nacen en ellas. Desde allí, construyen redes de favores, alianzas con contratistas, burocracia leal y una ciudadanía dependiente. Gobernar se convierte en repartir: puestos, subsidios, contratos, migajas. Y quien reparte, gana.
Estos políticos son vistos por muchas personas como "eficientes", porque logran que lleguen obras —aunque con sobrecostos—, empleos —aunque por favores— o ayudas —aunque sean con fines electorales. La corrupción no es invisible para el ciudadano; simplemente ha sido normalizada como parte del juego político.
2. El poder del hambre: el clientelismo como chantaje electoral
En los territorios donde el Estado no llega con derechos, los corruptos llegan con favores. En zonas rurales o periferias urbanas, la promesa de un contrato, un mercado, una teja o el simple transporte al puesto de votación puede representar la diferencia entre pasar hambre o no. Así, se establece una relación de dependencia en la que el político "cumple", aunque robe.
En estos contextos, votar no es un ejercicio libre de conciencia, es una transacción. El voto se vuelve una estrategia de supervivencia, y quien tiene el poder de negociar necesidades básicas tiene también el poder de manipular la voluntad popular.
3. Medios de comunicación al servicio del poder
Gran parte de los medios tradicionales están cooptados por intereses empresariales y políticos. Ellos deciden a quién investigar, a quién invisibilizar y a quién santificar. Los escándalos de corrupción se administran según conveniencia, y muchas veces se convierten en simples peleas entre bandos, sin profundidad ni consecuencias reales.
Mientras tanto, los políticos tradicionales se muestran en pantalla inaugurando parques, visitando ancianos, o entregando regalos. La memoria colectiva se diluye, y el corrupto se convierte en gestor visible, en benefactor local, incluso en celebridad.
4. La maquinaria electoral: votos comprados, elecciones aseguradas
En Colombia hay lugares donde las elecciones no se ganan con propuestas sino con presupuestos. Campañas financiadas con dineros oscuros o recursos públicos garantizan la compra masiva de votos, la coacción al elector, la suplantación de votantes y el fraude abierto. Incluso hay casos donde la ciudadanía sabe que hubo trampa, pero igual acepta el resultado porque “así es el juego”.
El Estado no ha sido capaz —o no ha querido— enfrentar de frente este fenómeno. Las instituciones electorales muchas veces terminan siendo cómplices por acción u omisión. La impunidad es la mejor aliada de las mafias políticas.
5. La resignación como estrategia de poder
La frase “todos roban” no es solo una excusa, es una herramienta de los corruptos para sembrar desesperanza. Si todos son iguales, entonces no vale la pena luchar, ni cambiar, ni votar distinto. Así, la resignación se convierte en un arma poderosa que anestesia a la sociedad y la condena a repetir lo mismo.
Muchos ciudadanos se desconectan del proceso político, se abstienen, o terminan votando por el "menos peor". El campo queda libre para las maquinarias, que votan en bloque, organizadas y financiadas, asegurando la victoria de los mismos con los votos de siempre.
6. Falta de educación política y participación real
El sistema educativo colombiano ha fallado en formar ciudadanos críticos y participativos. A la política se le teme, se le desprecia o se le ve como un terreno ajeno. Y eso le conviene a quienes quieren mantener el poder en pocas manos. Cuanto menos sepa el votante, más fácil será manipularlo.
La formación política real, el acceso a información veraz y la posibilidad de ejercer control ciudadano han sido sistemáticamente debilitadas. La política sigue siendo elitista, excluyente y peligrosa para quien se atreva a desafiarla sin padrinos.
¿Cómo se rompe este ciclo?
Cambiar este panorama no será fácil. Requiere:
Empoderamiento ciudadano: que el pueblo sepa que su voto es poder real y no mercancía.
Justicia real: que los corruptos paguen con cárcel y no sean premiados con embajadas o nuevas curules.
Educación crítica: que desde la escuela se enseñe a entender y participar en política.
Medios independientes: que informen, investiguen y no se arrodillen al poder.
Reforma profunda del sistema político y electoral: que garantice transparencia, financiamiento limpio y participación igualitaria.
Hasta que eso ocurra, el éxito electoral de los políticos corruptos no será un misterio, sino la prueba irrefutable de que la democracia en Colombia aún está secuestrada.
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